lunes, 28 de junio de 2010

La primera herramienta

Estudios muy fundamentados de la Universidad de La Laguna (Tenerife), han demostrado que la primera herramienta que inventaron nuestros antepasados más primitivos fue un arnés y que, sin lugar a duda, lo inventó la mujer.

Muchos millones de años antes de nuestra era, diez mil arriba diez mi abajo, el hombre salía a diario a buscarse el sustento, que se reducía a algunos frutos como nueces, y a algunos insectos como lombrices. Para la hembra, el trasiego de subir a los árboles, correr por las planicies o escalar montañas, le suponía un doble esfuerzo puesto que acarreaba con la cría todo el tiempo para darle de comer cada vez que lo pedía.

Esta necesidad primaria hizo que su intelecto se desarrollara más rápido que en el macho, y pensando pensando, fabricó un arnés de lianas y ramas para llevar a su cría colgada de la espalda.

Cuando el hambre ya estaba saciada, el macho arrastraba a la hembra de los pelos hasta la cueva para la cópula. Poco, a poco, la prole iba aumentando, por lo que el arnés no servía de mucho para tantas crías. La mujer, ya no podía salir a buscarse el sustento, que además, ahora debía repartir entre varias bocas.
A excepción del macho, la prole se quedaba en la cueva durante días sin comer ni beber y sin que éste advirtiera que estaban adelgazando y enfermando.

Un buen día, sin saber por qué, llevó a la cueva los frutos más pequeños y ásperos que le habían sobrado de su ingesta, y en ese preciso instante la hembra y sus crías encontraron la manera de sobrevivir.

Pasaría mucho tiempo hasta el descubrimiento del fuego y la fabricación de algunas herramientas para cazar. Y muchísimo tiempo más, para que las mujeres llegáramos a la conclusión de que ellos nunca advierten ni adivinan nada, que hay que pedírselo claramente y además explicarles el como y el por qué lo deben hacer.

viernes, 25 de junio de 2010

En menos de 50 palabras I

Una mujer despechada siempre cambia el orden de las cosas a favor de su hombre.
Cuando el marido tiene una amante, la esposa la llama zorra y puta.
Lo curioso, es que nadie le diga que la susodicha es una santa por compartirlo y él, un señor sexualmente insatisfecho
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domingo, 20 de junio de 2010

Un espejo con borlas

Amparito y Chimo preparaban boda en ese trocito de tierra afortunada, en el que el mar
aporta la vida y la muerte. Dos enamorados sin más pretensiones que las de continuar
en las costumbres y los prejuicios de una sociedad, eminentemente matriarcal, dado que los hombres siempre estaban a la mar y las mujeres padecían soledad apoyándose unas en otras, como si de una gran familia de mujeres se tratara.
Algunos hombres conocían a sus hijos cuando ya iban caminando al puerto a recibirlos.
Ellas los habían parido solas con ayuda de alguna vecina, o en los casos más problemáticos, de una matrona sin título.
Amparito y Chimo alquilaron la casita de la playa de la tía Filomena, para hacer de ella un hogar más o menos digno. Los muebles, todos ellos de herencia, pertenecían a los abuelos de él, que en otros tiempos, fueron personas de posibles con varias barcas de pesca. Ella, con su paciencia y virtuosas manos, bordó un ajuar de hilo y batista, durante años, tal y como su padre le iba trayendo las piezas de tela de sus viajes por alta mar; y una vecina le enseñó a hacer bolillos con hilo de algodón de coser para que acicalara colchas, toallas y tapetes de mesa. Y así, poco a poco llenó el arca de su madre, que en otro tiempo, guardaba las labores para su boda.
Pero Amparito, desde que fue a lavar ropa a casa de un médico de la ciudad, estaba obsesionada con poner en la entrada de su casa un espejo dorado con cordones de seda y borlas, que por lo visto, era la última moda en el centro de la ciudad.
Pero el hilo y las borlas eran caros. Y no hablemos de aquél espejo dorado, con la luna biselada y el marco torneado formando conchas y hojas de parra, que debía valer una fortuna. Así, que después de mucho pensar, decidió que tenía que hablar con Chimo y ver qué se podía hacer.
Chimo, dispuesto a complacerla en todo, le dijo que hablaría con su madre. Así lo hizo, pero la madre puso el grito en el cielo y se negó rotundamente a tal fanfarronería, que no era apropiada ni estaba al alcance de unos pescadores.
Amparito lloró durante días y noches. Ella sólo le pedía a la vida aquél espejo con borlas para mirarse cuando fuera a salir de casa recién peinada. No había consuelo para ella, y Chimo, absolutamente desesperado, decidió hacer algo al respecto.
Había oído en la taberna, que por las noches, algunas barcas salían al contrabando de tabaco, y que a las tripulaciones les pagaban muy bien la singladura. Se acercó sigiloso al tabernero y le preguntó por los detalles de la cuestión. No tuvo más problema, el mismo día se iba a enrolar en una de esas barcas sin que su madre se enterara.
La noche se presentó clara, estrellada, enemiga de los contrabandistas que no quieren ser vistos a distancia. El patrón les advirtió que guardaran silencio y que se cubrieran con ropa oscura, porque tenía la sensación de que algo no iba a salir bien.
Cuando volvían ya a la playa con los fardos del tabaco, una patrulla de la Guardia Civil les estaba esperando en la orilla, pistola en mano. Todos echaron a correr dispersos por la arena y los tiros al aire de amenaza, se hicieron realidades certeras. Hubo dos muertos, uno de ellos Chimo.
La mala suerte llegó a aquél trocito de tierra afortunada en forma de borlas con cordones de seda. Su madre, de luto riguroso, nunca volvió a salir a la calle. Y Amparito, rota por la desdicha, vendió su ajuar a unas gitanas que iban por los mercados. Renunció al matrimonio para toda su vida, y nunca se volvió a mirar en un espejo.

claudieta cabanyal

miércoles, 16 de junio de 2010

Mentiras que parecen verdades

Sé, porque lo he visto con estos ojos, que la desgracia de Andrés era el complemento
que le faltaba para resultar humano.
Imposible ser más inteligente, simpático, atractivo y cautivador para el resto de los mortales. Sobre todo, porque su inteligencia emocional le permitía ver ese otro mundo oculto que se nos escapa casi siempre por darlo todo por sabido, por hecho y por verdad.
Andrés fue atropellado por un tren en un paso a nivel sin barreras recién acabada la carrera de derecho. De tan fatal accidente quedó parapléjico, y con la pierna y el brazo derechos apuntados.
Conocerle podía ser un trago muy amargo, si no fuera porque, al momento, estabas deseando más, mucho más, de él.
Durante el año largo que estuvo ingresado en el hospital, sus amigos y familiares se volcaron en la tarea de retornarlo a la vida cotidiana. Pero, sin lugar a dudas, el artífice de tan ardua tarea fue su novia Mónica.
A los pies de su cama estuvo todo el tiempo, en los momentos de desesperación, en los de abandono, en los de casi morir, pero sobre todo, en el momento de salir a la calle y volver a casa en ese estado.
Andrés consiguió rehacer su vida, no sin complicaciones, y encontró trabajo en un bufete de abogados de gran prestigio. De vez en cuando, volvía a ingresar en el hospital por problemas de escaras, infecciones de orina y su mala circulación sanguínea
Sin embargo, los dos parecían felices, estables y satisfechos con la realidad que les había tocado vivir.
Pero la visita de una prima de Mónica durante los días de Navidad abrió la caja de las mentiras y las verdades.
Volvía de comprar unos regalos cuando sorprendió a Andrés y su prima en la cama.
En aquél instante no podía dar crédito a lo que estaba viendo, los pensamientos se le amontonaban en su cerebro incomprensibles e inauditos:
.-¡Por Dios, pero si le falta una pierna y un brazo!
¡Es un dependiente de mí!
¡Yo, que he renunciado a la vida para dedicársela a él!
¿Así me paga todo lo que me debe?
¿Cómo puede ser capaz de hacerme esto?

Cuando consiguió pronunciar palabra, sólo pudo decir:
.- Tú no tienes compasión.

A lo que Andrés sin levantar la voz, con la paz y la tranquilidad de siempre contestó:

.-En todo este tiempo, ¿quién crees de los dos ha puesto más compasión?


(Me consta que Andrés sigue de pareja con la prima de Mónica desde hace 8 años)

claudieta cabanyal
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viernes, 11 de junio de 2010

EL DÍA DE UNA MADRE

Pepa salía del trabajo un sábado a las tres de la tarde, víspera del Día de la Madre.

Estaba muy cansada, exhausta, la mañana había sido muy estresante y además llevaba catorce días sin descansar por necesidades de su servicio en el hospital.

Por otra parte estaba tranquila, al menos hoy las niñas habían quedado al cuidado del padre, y no como en otras ocasiones en que las dejaba solas.

Mientras conducía pensó en parar en el supermercado a comprar algunas cosas que le hacían falta, sobre todo el pan y una caja de doce litros de leche. Aunque de repente recordó que el ascensor de su casa estaba estropeado y decidió no cargar demasiado por si todavía no lo habían reparado.

Efectivamente, cuando llegó a su casa, el ascensor no funcionaba y tuvo que subir los seis pisos tan cargada como iba.; con los pies hinchados, que apenas le cabían en los zapatos y esa flojedad en las piernas de cuando no puedes más. Tan sólo deseaba encontrar la casa un poco recogida, las camas hechas, el lavavajillas cargado y los tres ya comidos echando una siesta en el salón. Había dejado los macarrones listos para gratinar y aunque hubieran salido a comprarle el regalo del Día de la Madre, les habría dado tiempo de todo, incluso de cambiar las sábanas de la mayor que a sus 13 años seguía mojando la cama.

Abrió la puerta de su casa ya casi sin aliento. Un olor pestilente a orines le sobresaltó. Cuando llegó al salón estaban los tres en pijama y despeinados, señal evidente de que no habían salido.

-¡Buenas! – dijo- ¿Cómo es que el ascensor sigue estropeado? ¿Es que no has llamado a ascensores Otis?
-Es sábado y hasta el lunes……..-dijo él-
-Pero si ascensores Otis tiene servicio de urgencias las veinticuatro horas del día, todos los días del año. Haz el favor de llamar, o los vecinos se te van a echar encima, que para eso eres el presidente de la comunidad.
¡Ya voy,,,,,,,,,,,,,joooooder!

Cuando Pepa llegó a la cocina, toda la encimera estaba llena de cacharros, la mesa con los restos de la comida y un bote de mayonesa destapado que empezaba a tener una película amarillenta. Dejó la compra y pensó: Voy a hacer como que no lo he visto.

Continuó por el pasillo hacia su habitación y pudo ver como en las tres habitaciones las camas estaban sin hacer y los orines de su hija seguían bajo un sol de justicia. También ahora pensó: Voy a hacer como que no lo he visto.

Se metió en el baño a ducharse, a alguien se le había olvidado vaciar la cisterna tras utilizar el inodoro. Pepa lo hizo y recogió algunos trastos que había por encima del lavabo.

Sé duchó y se metió en la cama a descansar un rato. Conectó el aire acondicionado. Al poco tuvo frío y estiró de la sábana y la colcha, que por lo visto, habían permanecido toda la mañana por los suelos. Fue entonces cuando notó que algo frío y viscoso le recorría la espalda.
Se volvió de repente y con un enorme asco comprobó que el perro había vomitado sobre la colcha. Saltó de la cama y fue hacia el salón como alma que lleva el diablo.
Le gritó a su marido; estaba histérica, de su boca salían toda clase de acusaciones e insultos presa del asco y la rabia.

Él, casi sin inmutarse, le dijo a las niñas:¡ Vámonos a la cocina a ver la tele que con tu madre no se puede vivir! Los tres salieron del salón.

Ella quedó allí, sola, mirando el enorme ventanal de puertas correderas, que ya estaba necesitando una limpieza, y las cortinas descorridas que habían adquirido un color ala de mosca muy evidente.

Abrió la ventana, sacó la cabeza, y respiró hondo. El sol le quemaba la piel y el tráfico le abrasó los oídos.

Adelantó su cabeza y su cuerpo más allá de la cintura, y se dejó caer con la suavidad de una pluma que vuela por el espacio.

Se estampó contra el suelo, y la furgoneta de los técnicos de ascensores Otis, le pasó por encima.

claudieta cabanyal